jueves, 23 de agosto de 2012

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Supongo que todas las experiencias, buenas y malas, acaban sirviendo. Yo no sé si estoy aprendiendo algo con todo esto, pero sí me estoy dando cuenta de que no hay treguas: la última palabra la tiene la propia vida, y nosotros dependemos de las ganas que tenga ella de jugar.
Y es que, cuando pasan cosas así, se te cambian todos los esquemas, y, por unos segundos, todo pasa a tener su importancia justa. Nos damos cuenta de lo necios que somos cuando hacemos una tragedia griega a partir de tonterías, porque tener un día malo, hacer mal un examen o discutir con alguien, son escusas baratas que nos inventamos para no ser felices.
La única realidad importante es que las cosas pueden acabar de la noche a la mañana.

Ahora sé lo poco que cuesta y lo mucho que significa demostrar lo que sentimos a quien nos importa. Porque tenemos la manía de querer decir las cosas cuando ya no podemos decirlas, y creo que me he hartado de perder últimas oportunidades y de tener que despedirme cuando las personas de quien me despido ya no pueden escucharme.

A base de palos, he llegado a la conclusión de que “me quedo sin tiempo”. Y esto ya se me ha quedado grabado a fuego.
Por eso, a todos vosotros, ya me encargaré de deciros todo lo que quiero que sepáis. Pero no puedo acabar esta parrafada sin nombrar a mis cinco personas favoritas:

- Mi madre, que siempre tiene todas las respuestas y un zumo de naranja de buenos días.
- Mi padre, de quien se aprende con cada minuto que pasa.
- Suse, que hace que la vida siempre sea más fácil.
- Pablo, que nunca deja de creer en mí y recordarme que yo puedo con lo que me proponga.
- Y mi enano, que es demasiado pequeño como para siquiera leer esto, pero lo suficientemente grande como para hacer que cualquiera de mis días, por malo que sea, merezca la pena ser vivido.

Os quiero siempre.