sábado, 20 de agosto de 2011

Lecciones de vida

Lección primera. Tan importante que me atrevería a decir que puede ser incluso la única que ha de tenerse en consideración a la hora de, simplemente, vivir.
Es aquélla que habla de ser, ante todo, uno mismo.

Sin ir más lejos y, como en los viejos tiempos, sin rodeos ni tapujos, voy a centrarme en las relaciones. Si alguna vez os habéis interesado por alguien con el que no sentís la necesidad de cuidar vuestras palabras porque te sientes con la seguridad y la confianza de dejarte llevar, entonces estaréis conmigo en que es una de las mejores cosas de esta vida.
Esa sensación de ser impulsivo (¿por qué no?), sonreír y no tener miedo a equivocarte; esa sensación de sentir cómo tu “yo” se apodera de ti y permitírselo; esa sensación de libertad, sin más. Eso, justo eso, es ser uno mismo. Es poder serlo y disfrutar siéndolo.

El problema viene cuando, siendo uno mismo, aparece la felicidad. Sí, ése es el problema. Porque si la felicidad asoma la nariz por alguna esquina de tu camino, entonces te centras en perseguirla, olvidando todo lo demás. Olvidas lo que era actuar antes de pensar y sonreír sin explicación. Y en su lugar e independientemente de lo que arriesgues, empiezas a idear planes que van encaminados a atrapar esa felicidad. Cueste lo que cueste.
Cuando llega ese momento, dejas de ser tú mismo, y entonces.. preocúpate.
No habrías visto la nariz de la felicidad si no hubieses llegado hasta allí, cosa que no habrías conseguido si no hubieses sido tú mismo. No se trata de buscar la felicidad; se trata de “tentarla” a aparecer y a acompañarnos en nuestra vida, y mientras lo hace o no, seguir andando sin olvidar quiénes somos.

Personalmente, no pienso aceptar la felicidad en mi vida si ella no me acepta tal y como soy yo, porque solo quiero ser feliz si puedo serlo sin actuar. Dejar de ser yo misma es un precio demasiado alto como para pagarlo.